19 octubre 2005

 

He visto... Los tramposos

Los tramposos (Pedro Lazaga, 1959)

Sigo con mi revival cañí, ya ven que voy cumpliendo mi objetivo de terminar de ver de una vez todas las películas de aquella colección de DVD’s de EL PAIS. Me voy a sacar un master de cine apañó que no vean.

El caso que nos ocupa es otro clasicazo, “Los tramposos”, mítica película con Tony Leblanc y Antonio Ozores. Virgilio (Leblanc) y Paco (Ozores) son dos timadores del Madrid de los años 50. Entre estampitas, rifas y demás triquiñuelas sobreviven día a día, sin pensar en el mañana y sin un ápice de honradez. Eso sí, con mucho cachondeo.

Pero Virgilio está enamorado de Julita (Concha Velasco), la hermana de Paco, y a esta la vida de su hermano y su camarada Virgilio (alias “meningítico”) no le gusta demasiado. Así que Virgilio decide que ha llegado la hora de sentar la cabeza y vivir honradamente.

Una comedia costumbrista española, la típica producción de “Cine de Barrio”, un cine amable y familiar acorde a los gustos de la época y las limitaciones de la misma, si bien esta logró especial notoriedad y trascendencia por la simpatía de sus personajes, dos auténticos granujas.

Hay momentos que son hilarantes, básicamente la primera mitad en la que los timos se van sucediendo uno tras otro, tanto los de Virgilio y Paco como la de otros compinches como el “Bajito”. Quizá sea la parte más interesante porque evoca aquel Madrid y su fauna popular, haciéndome recordar algunas historias contadas por mi abuela y mi madre.

Llega un momento cumbre que determina un giro radical en la película, que es cuando Virgilio pronuncia la siguiente frase: “Voy a ser decente”. El momento en el que la dice es bastante gracioso, aunque a partir de ahí entra en decadencia la película, adoleciendo los vicios clásicos de las producciones españolas del momento: plantear una trama más o menos graciosa y, a partir de ahí, cuando no saben que hacer, llegar a una conclusión precipitada.

Estos tramposos pasan por trabajillos cutres hasta que deciden montar una agencia que pasea a los turistas en autobús por Madrid, llevándoles a tomar vinos y poniéndoles a todos como una cuba.

Al final llega el desenlace de choque, tienen éxito y acaban trabajando para una gran empresa.

A parte del reflejo de la fauna madrileña de los años 50, lo más positivo de esta cinta son las interpretaciones. A los ya mencionados se unen otros como Laura Valenzuela o José Luís López Vázquez y un gran elenco de secundarios que resuelven con nota alta su papel.

Con todo, y si mi mediocre bagaje no me sirve de freno crítico, creo que es de las más rescatables y reseñables obras del cine costumbrista del franquismo (también llamado “Cine de Barrio”).

El molómetro de Sonic:


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