29 noviembre 2005

 

He visto... Furtivos


Furtivos (José Luis Borau, 1975)

Para que vean que en el fondo soy metódico y maquiavélico si cabe, sigo con mi repaso a la colección “Un país de cine” que sacó EL PAÍS hace un par de años. Les voy a adelantar que lo que en su momento se inició como una interesante exploración se está convirtiendo casi casi en un martirio, pero no duden que seguiré en mi empeño y veré todas las películas de la colección temprano o tarde.

Esta vez le ha tocado el turno a Furtivos. No porque yo la haya escogido de entre muchas sino porque sigo el orden numérico (así soy yo, metódico y malvado). Para que vean que no soy maniático ni obsesivo les diré que algunas las vi desordenadas, por lo que a lo mejor se esperan reseñas sobre tal o cuál película y se encuentran con que no está (todo es posible).

Esta cinta trata de un tipo llamado Ángel (Ovidi Montllor, gran cantante pero mal actor) que vive con su madre, Martina (Lola Gaos) en un pueblo. Martina regenta una taberna y Ángel se dedica a la caza furtiva. Hace un viaje a la ciudad y conoce a Milagros (Alicia Sánchez), una chica escapada de una especie de cárcel de monjas y que tontea con un malvado delincuente llamado, atención, El Cuqui.

De repente sin saber cómo sucede la cosa, Ángel se enamora de Martina a la que ha conocido ofreciéndole ¡bocata de gamo!, la intenta meter mano en medio de la plaza (donde la tal Martina, por cierto, se ha cambiado de vestido, lo típico que hacemos todos en las plazas cuando encontramos un recoveco). La siguiente escena que tenemos son los dos saliendo de un hostal, y luego ya Ángel la lleva a casa y todo.

Entre tanto la madre, que es una señora muy rara, se dedica a preparar la comida al gobernador , pues resulta que le crió , por lo que ella es su Ama, su Tata o lo que ustedes quieren. El gobernador que por cierto es un gilipollas , igual que todo su séquito de lameculos.

De repente aparece el hijo con la nueva novia. Para poder fornicar a gusto, echan a la madre de casa. Claro que tanta felicidad no podía durar tanto porque aparece El Cuqui, que estaba fugado, y se lía la madeja que no veas.

Ciertamente, la película trataba (creo) de mostrarnos las relaciones tortuosas entre estos tres personajes. Pero al final se dedica a dar por supuesto todo, meter de repente mogollón de odios y situaciones extrañísimas que me han dejado anonadado.

La dirección, con todo, no está mal, y las interpretaciones, bueno, hacen lo que pueden. Creo que los secundarios son los que más lo bordan. Por decir algo, vamos, porque no acabo de encontrarle yo la gracia.

Hay que agradecer que dentro de lo cutre que es el asunto, al menos el ritmo es bastante bueno por lo que entre risas y asombros la peli va llegando a su fin.

Lo único que me ha aportado ver esta película es que ya hay un nuevo malvado en mi historial cinéfilo. El Cuqui, un quinqui cañí más macarra y chulo que la hostia. Quiero destacar la aparición de El Cuqui en escena. El tío roba una moto, se cuela en el reformatorio de las monjas y una tía le lanza unas bragas en las que pone “pregunta por Ángel, el alimañero”. ¡Casi na!.

Es digno de resaltarse que esta película ganó Concha de Oro en San Sebastián. Fíate tu de un jurado y verás.

El molómetro de Sonic


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